Exhibida hoy en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MOMA, La jungla es, según los especialistas, una obra de magia y misterio, a la vez de denuncia; es el espíritu del monte. Un año después es acogida por el mencionado museo de arte con cierta reticencia en cuanto a la comprensión de la obra –la adquisición por el director del museo, James Jonhson Sweeney provocó un gran escándalo que casi le cuesta el cargo–, mientras Lam disfrutaba del aprecio y la simpatía de los intelectuales y artistas neoyorkinos. La ubicación allí era inaudita: un latinoamericano no blanco entra en la colección del MOMA con una obra en la que expone sus criterios en una formulación sobre una experiencia americana no blanca.
Sobre esta obra, el gran Alejo Carpentier la definió como “una aportación trascendental al nuevo mundo de la pintura americana (…) Lam comenzó a crear su atmósfera por medio de figuras en que lo humano, lo animal, lo vegetal, se mezclaban sin delimitaciones, animando un mundo de mitos primitivos, con algo ecuménicamente antillano, profundamente atado no sólo al suelo de Cuba, sino al de todo el rosario de la isla”.
Lam fue fuertemente discriminado en la tierra de Martin Luther King: por su raza lo expulsaron de estudios y hoteles, le negaron la entrada a bares y restaurantes…, luego de la muerte de Arshile Gorky, decidió irse de allí. Entonces retorna al Viejo Continente en 1947 y trabaja intensamente con los vanguardistas: belgas, daneses, holandeses, quienes reciben con beneplácito su pintura; luego en 1948 fundan el grupo COBRA en donde Lam es considerado un maestro y además, designado embajador artístico de Cuba.
Wifredo Lam está considerado el artista cubano más influyente en el desarrollo de la plástica americana en la segunda mitad del siglo XX.
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